Un país donde tu vecino podría estar asando un cerdo entero en su patio. Donde el plato de arroz con frijoles se conoce como “moros y cristianos”. Donde ser llamado “gordita” es recibido como el mejor cumplido posible. Donde la se?ora al otro lado de la calle hace las mejores manicuras de la zona. Donde las personas saborean cada momento sin preocuparse demasiado por el paso del tiempo. Donde a pesar de los desafíos económicos y políticos, la gente demuestra resiliencia y espíritu de lucha. Donde encuentran la alegría y la belleza en medio de la adversidad.
Un país donde la música y el baile resuenan en cada esquina. Donde el sonido de la radio de un coche detenido en el semáforo te invita a moverte al ritmo de la música. Donde de repente te puedes encontrar inmerso en un desfile vibrante, donde la conga y los tambores llenan las calles de energía y vida. Donde si admites que necesitas tres tragos de alcohol para animarte a mover la cadera, te miran como si fueras un extraterrestre. Donde la música y el baile no son meras actividades, sino una parte vital del día a día, tan esenciales como respirar y alimentarse.
?Has podido adivinar de qué país estoy hablando? ?Te ayudaría si te digo que se trata de una isla donde puedes disfrutar de un puro Cohíba mientras conduces un auto americano de los a?os 50 por el paseo marítimo llamado Malecón? Sí, ?no es obvio? Estoy hablando de Cuba, la hermosa joya del Caribe.
Mi primer encuentro con Cuba fue a los 12 a?os. Mis padres, ambos músicos, solían inundar nuestro hogar con melodías y siempre había música acompa?ada de baile en nuestro salón. Sin embargo, lo que viví en Cuba fue algo verdaderamente extraordinario.
Durante los 7 meses que duró nuestra estancia, decidí unirme a un grupo de baile para mantenerme ocupada. En la primera semana, me invitaron a participar en un espectáculo. Fue una experiencia bastante incómoda, ya que bailar no era algo (tan) natural para mí. Yo había nacido con los esquíes en los pies, no con los zapatos de bailar. A pesar de ello, el grupo siempre me hizo sentirme bienvenida y se notaba que estaban encantados de contar conmigo. Sin embargo, no podía dejar de notar lo diferente que era esta experiencia en comparación con mi cultura noruega.
De vuelta a Europa, extra?aba profundamente la cultura de la música y el baile y, desde entonces, he regresado a Cuba en cuatro ocasiones. Esta fascinación me ha inspirado a investigar sobre la conexión entre la música (y la danza) y la identidad cultural. Por eso, en mi tesina de máster, me propongo explorar cómo estas expresiones artísticas impactan en la identidad cultural y el sentido de pertenencia de los hijos de cubanos en Oslo.
Y para acabar, un consejo para cuando estés en Cuba y alguien te pregunte por qué necesitas tres tragos para mover la cadera: solo sonríe y dile que eres simplemente un extraterrestre en proceso de adaptación.